marzo 23, 2006

La esvástica, el águila y 66 años después.

Por Marcelo Méndez Rocha, de Uruguay

En 66 años la historia de un país puede tener cambios vertiginosos. En 66 años el mundo puede girar tantas veces y quedar en el mismo lugar. Todos estos años, parece, pueden ser prudentes para muchas cosas pero no para otras tantas. La memoria, ésa que a veces duerme, no desaparece en el tiempo. El rencor tampoco. Y ciertamente, 66 años no son suficientes (así nos lo hacen comprender algunos seudo filósofos de la calle e intelectuales del fracaso), para curar las heridas del alma. En este tipo de ocasiones es cuando uno piensa si el transcurso del tiempo sana o deja supurando esa llaga del pasado.

Estoy seguro que 66 años no bastan. Y creo saber que no bastará el doble de años para dar vuelta una página. Es más, cuando intentamos escribir el próximo capítulo, la tinta de las escrituras anteriores se corre y volvemos a sobrescribir una y otra vez las mismas frases. Dicen por ahí que el futuro es hoy, pero cotidianamente aparecen frenos invisibles que nos atrapan en un círculo vicioso. Recordar no es malo, pero la memoria a veces nos juega en contra. Tal vez es ella la que no nos deja en paz.

Pero en la vida hay que ser justos. La historia está llena de mentiras y de verdades. Hay matices blancos y matices negros. También los hay en varios tonos de grises. Está la historia que grita y está aquella que susurra. Están los que dicen escribir la historia verdadera pero en su conciencia se sienten identificados con la historia dudosa. Están los que escriben la historia con convicciones ciegas y sordas, ésos que son el Sí o el No, los que no respetan otra historia. Están los que escriben lo que le dicen que tienen que escribir sin importarles qué. Y están los que están, por el simple hecho de estar, sin razonar ni cuestionar porqué están parados al margen de la historia que le trasmitieron de generación en generación.

Hoy, el Uruguay, este país chiquito e inofensivo, es noticia en todas partes del mundo. Resulta que un grupo de empresarios mantiene hace un buen tiempo, la misión de recuperar los restos del acorazado alemán Graf Spee hundido en diciembre de 1939 frente a las costas Uruguay. El barco de guerra alemán, buque insignia en la Alemania Nazi de aquellos tiempos, protagonizó la denominada “Batalla del Río de la Plata”. Allá por el 13 de diciembre de 1939 el buque Admiral Graf von Spee se enfrentó en combate con tres buques aliados (Exeter, Ajax y el Achilles) resultando seriamente averiado. Por tal motivo, su Capitán Hans Langsdorf toma la decisión de ingresar a puerto uruguayo. Uruguay por ser un país neutral (y bajo una influencia inglesa considerable) y basado en los tratados internacionales, le concede al buque una estadía de 72 horas. Un tiempo sumamente escaso para reparar todos los daños, por lo cual, el Capitán decide hundir el barco, previa autorización del propio Adolfo Hitler.

Sesenta y seis años después de aquel acontecimiento que paralizó a todo el Río de la Plata, se recupera un símbolo de aquel estandarte de la marina alemana, un águila de bronce la cual porta la cruz esvástica entre sus garras. Ésta águila no tiene igual en el mundo y se comenta que su valor puede llegar a superar los ocho millones de dólares. El estado uruguayo dice que el águila no se va del país porque el patrimonio no se vende. El empresario y su equipo de buzos dice todo lo contrario. Supuestamente, el águila ya está en venta. Pero el problema no es la parte comercial de este pedazo de historia.

El tema central, indignante realmente, es el cuestionamiento que se hizo por exhibir el águila al público, incluso, se pensó en cubrir la esvástica para no herir sensibilidades. Entendámonos, el águila en sí es inofensiva, a pesar de aquellos que con gran imaginación ven en una pelota de fútbol el rostro de Adolfo Hitler. Con todo respeto opino que, de haberse tomado esa postura, sería ir en contra de la historia. Pero hay algo más. ¿Porqué otras sociedades, otros pueblos, otras culturas pueden recordar en museos parte de la historia y reprochar con histeria la exposición de ésta pieza si forma parte de aquellos tiempos? ¿Se cuestionará por miedo, porque creen ejercer un poder absoluto de lo que se permite y de lo que no o porque indirectamente el odio no se apagó?

Pero, paralelamente se permiten ciertas muestras del horrendo pasado. Por ejemplo: Está permitido tener como pieza de museo (en el hangar del Centro Steven F. Udvar-Hazy cerca del Aeropuerto Internacional de Dulles, Virginia) al bombardero B-29 Enola Gay, avión en el cual se lazo la bomba atómica (Little Boy) sobre Hiroshima, la cual se estima mató en fracciones de segundos a 82.000 personas. También fue portada (septiembre del 2004) en casi todos los periódicos del mundo la muerte del Coronel Paul Tibbets, piloto a cargo de la misión que lanzó la bomba sobre Hiroshima. “El bombardero fue bautizado Enola Gay en honor a su madre”. Es sabido de las conmemoraciones que se hacen en el ex Campo de Concentración de Auschwitz (Polonia) como parte del museo al Holocausto Judío. Cada 6 de junio se celebra el éxito del desembarco de Normandía (Francia) donde perecieron soldados por cientos de miles. Pero también son símbolos de la tragedia (con menos propaganda) la Cúpula de Gembaku símbolo de la ciudad de Hiroshima la cual se encuentra en las mismas condiciones luego de aquel 6 de agosto de 1945. Incluso, el árbol de Guernica, ése Roble que soportó el descomunal bombardeo de la Luftwaffe el 26 de abril de 1937.

En fin, la historia se la puede recordar y ver en muchas partes del mundo. No por esto se debe censurar parte de la historial, menos por un símbolo. Además, a veces la historia se la recuerda por lo absurdo. Ejemplo de ello es la significativa (¿?) “ridícula” declaración de guerra que Uruguay le hizo a Alemania y Japón en febrero de 1945. Obviamente, todo inducido por tratados comerciales “a pactar” con los aliados. Seguramente hubiera sido todo lo contrario si Alemania ganaba la Guerra. Para agregar, el escritor Uki Goñi en su libro “La auténtica Odessa”, muestra otra parte de la historia. Goñi reconstruye en su libro información clasificada y oficial como por ejemplo: Que el Obispo de Rosario Antonio Caggiano (en la década del cuarenta) ofreció a la Argentina como refugio a criminales nazis. También, que el diplomático argentino Luis Irigoyen instalado en Berlín fue citado para entregarles a cien judíos argentinos, lo cual no fue aceptado. Entonces, ante la negativa, Eichmann los trasladó al campo de concentración Bergen-Belsen. Y la historia sigue, tanto como para asombrar, basta decir que se cree que Martin Bormann murió en Bariloche (Argentina) o que el propio Hitler vivió en la Patagonia argentina.

Sin dudas, 66 años no fueron suficientes. A la historia le faltan muchas pinceladas más de varios colores. Hay que aceptarla y vivir con ella. Hay que recordar para no olvidar, pero que la memoria del pasado no sea un obstáculo para seguir evolucionando. Y a pesar de todo, le pese a quién le pese, el águila volvió a vivir después de estar enterrada en el fondo del río. Lo esencial es aprender de la historia, la de hace 66 años o la de hace dos mil años, simplemente para que lo malo no se repita.

Marcelo Méndez Rocha

E-mail: mendez_rocha@yahoo.com

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